30 de julio de 2010

XXXIII Un día de perros

Me contaron que el perro de alguien cada vez que quería salir al balcón no sabía distinguir si la puerta estaba abierta o cerrada y se estaburnía contra el cristal, causando con el consecuente golpe, un riesgo de rotura de cristal (a lo que difiere un gasto extraordinario que en los días que corren, pues mejor no tener) y el dolor del canino por el golpe recibido más la confusión del pobre al creer que la madre naturaleza le estaba poniendo barreras a su libertad de movimiento. Los dueños, viendo que el can seguía teniendo notables problemas de visión y distinción entre puerta abierta y puerta cerrada impoluta, decidieron poner fin a sus múltiples lesiones, poniendo un trozo de cartón de medio metro de alto en el suelo apoyado contra la corredera de cristal. Y el perro, ni corto ni perezoso, y pensando que estaban poniendo a prueba sus habilidades gimnasticas, decidió saltar la valla. La factura del cristalero anda por ahí. Somos los humanos así de testarudos?